La soledad digital en tiempos de twitter
¿Qué pasaría si un día dejáramos de escribir en Twitter? ¿Cuánto tardarían nuestros seguidores en darse cuenta? Difícil de cuantificar en un espacio tan barroco, deudor del horror vacui, donde no hay silencios y donde todo es un flujo constante. Como experimento, el otro día tuve el impulso de preguntarme/lo en Twitter y unas cuantas personas respondieron al llamado. La mayor parte fueron de afecto y compañía, para que no me sintiera sola u olvidada, que no sé qué es peor. Pero hubo quien me ofrecía escoger entre la verdad o la mentira piadosa 🙂
Me recordó a aquel post cinco años antes sobre la soledad del blog sin comentarios. Hoy ya no sufro por su ausencia aquí. He asumido que el salón ya no está en el blog, sino que la conversación se derrama por otros recovecos digitales, en twitter, en facebook, en google+… (digo que no sufro, pero reconozco que los añoro y por eso he instalado el plugin de Twitter Mentions as Comments para intentar coserlos con hilo de pescar).
El otro día una de las divas de la pantalla, y no hablamos precisamente de Lady Gaga sino de Sherry Turkle, abocaba por la desconexión tecnológica como forma de reconexión social. En el mismo periódico otro reportaje nos hablaba de “los insumisos de las redes sociales”, personas que de forma voluntaria deciden “no existir” en esos espacios para así controlar su identidad digital. Por su parte, David Silver lleva varios cursos practicando con sus alumnos el “Logg off before you log on”, experiencias colectivas en contacto con la naturaleza que se experimentan unplugged para ser después documentadas online.
¿De verdad nos sentimos más solos cuanto más conectados? ¿Nos conectamos para paliar la soledad? ¿No sabemos disfrutar de la soledad por estar conectados? ¿De qué soledad estamos hablando? ¿De la impuesta o la deseada? Ayer moría una de las personas que mejor ha dibujado la que es sinónimo de tristeza existencial en un libro tan tierno como es Un hombre solo.
Son viejas preguntas que van ocupando nuevos entornos tecnológicos. Si bien todos los excesos son problemáticos, sigo considerando que la capacidad de interacción social que Internet nos ofrece es una enorme oportunidad para desarrollarnos como personas. También que la sociabilidad analógica intensifica la digital y viceversa. Que cuanto más afecto generamos en lo virtual más necesidad tenemos de complementarlo en lo físico. Que conexión y desconexión no son términos opuestos, sino opciones a tomar según el momento. Que se puede tener más confianza con quien no has visto nunca que con tu vecino de planta. Que uno puede tener mil identidades digitales y el otro estar cómodo en el correo electrónico. Que se puede cruzar un saludo en un chat y seguir doce años después despertando a su lado.
Porque lo más interesante de todo esto es que al otro lado de la pantalla, o en la pantalla misma, están las personas. Y esas personas somos nosotros.