Hace exactamente 18 años, un día de San Fermín escribí por primera vez en este blog. Vuelvo sobre mis letras y me veo puliendo un artículo para un congreso en Brasil, a punto de irme a vivir a Lavapiés e inventándome a la primera comentarista que me deseaba suerte: una cariñosa “Úrsula” improvisada. Úrsula rompió el hielo pero ya no volvió a aparecer. Su misión secreta de probar la funcionalidad ya estaba cumplida. Sí lo hicieron durante estos años cerca de 8.000 comentarios a unos 1.500 artículos. Lo pasamos bien.
Primera captura de Tiscar.com guardada por Archive.org en agosto de 2004.
Hace 18 años podría haber tenido un hijo, pero tuve un blog. De hecho, sigo con la misma pareja y por el camino hemos tenido una hija, pero aunque no es lo mismo, el blog también se llevó horas de sueño y me regaló emociones, ilusión y aprendizajes.
Despertó mi curiosidad, me permitió conocer a gente maravillosa, me hizo doctora, me subió el ánimo en momentos complicados, me empujó profesionalmente, me desnudó sin pudor y me hizo sentir tiernamente vulnerable. Fue un hogar y un refugio.
Se fueron los comentaristas, nos mudamos a Twitter y a otros espacios. El mundo se hizo más grande. Y a veces, más pequeño. Pasaron los años y el ritmo de publicación fue decayendo, pero siempre con la paz de saber que el blog seguía esperando, que era el lugar donde volver y empezar de nuevo.
Sigo pensando que el primer destinatario de un blog es su autor. Me encanta como forma de ordenar la memoria. De dejar migas de pan. De pensar en voz alta junto a la chimenea.
Y aquí estoy, 18 años después. Con una reciente dosis de Pfizer en este nuevo mundo distópico, entre guerras, algoritmos e histeria digital. Buceando la red, buscando humanidad en cada byte. Gracias por el viaje. Seguimos.
Uno de los pilares de la ciencia es la garantía de replicabilidad, y para ello son fundamentales su apertura, la transparencia de sus procedimientos y la accesibilidad a sus resultados. De esta forma, su divulgación puede despertar interés y generar nuevo conocimiento.
Sin embargo, el circuito de la publicación científica va en otra dirección, pues cierra los resultados en una torre de marfil de acceso restringido a un público muy determinado, con un lenguaje en ocasiones demasiado técnico y con un elevado coste económico.
Cualquiera que quiera desarrollar una carrera académica sabe que no es suficiente con investigar y divulgar, si esto no sucede en ciertos circuitos de publicación que son los reconocidos por las agencias de acreditación del gremio. Es el famoso publish or perish («publica o muere»).
Internet y las redes sociales abiertas responden, por el contrario, a la misión última de la ciencia, y con mayor fuerza si cabe en muchas ocasiones, pues llegan a un público potencialmente más amplio, expanden las ideas, reconocen y refuerzan a los autores. Sirven, además, para aprender, mejorar y disfrutar, pues ofrecen un contacto más directo con la audiencia y una exposición más gratificante de un trabajo tradicionalmente demasiado solitario.
Los medios, las narrativas y los lenguajes que encontramos actualmente en internet permiten una divulgación más abierta, atractiva y accesible que reporta múltiples beneficios. Comunicar sobre lo que uno sabe y trabaja a través de las claves de la cultura digital es útil para encontrar y compartir recursos, mantenerse informados, incrementar la visibilidad, mejorar las habilidades de expresión, conectar con una conversación global, tejer relaciones profesionales y, en última instancia, contribuir a combatir la desinformación. [CONTINÚA LEYENDO].
Este artículo, del que se presenta únicamente la introducción, se publicó originalmente con el título “Publicar más allá del paper. Nuevos territorios para influencers académicos” en la revista Mosaic y se puede continuar leyendo allí de forma completa.
2001 es más que una Odisea del Espacio o unos atentados en el corazón de Estados Unidos. Es un año clave en la historia de la cultura digital. Nace la Wikipedia, ese símbolo de la web de lecto-escritura que permite la edición colaborativa, pública y anónima. Se forjan las licencias Creative Commons, el marco legal que vino a ensanchar el universo pacato del Copyright. Y, además, es también en 2001 cuando el MIT anunció el acceso público y gratuito a los materiales online de cursos oficiales bajo la iniciativa OpenCourseWare que luego imitaron tantas universidades en otros países.
Dejando el siglo XX atrás, el mundo se encaminaba hacia un nuevo orden geopolítico mientras internet tejía su propio hilo de Ariadna 2.0 inspirado bajo las premisas libertarias del software libre: apertura, reproducción, prototipado, etc.
Además de los blogs y wikis, como grandes contenedores de texto, llegó el furor de las plataformas especializadas en contenidos, el llamado UGC o User Generated Content, como fue Slideshare para presentaciones, Flickr para imágenes o YouTube para vídeos. Con ello surgieron miles de blogs y wikis de maestros y maestras que usaban estas herramientas para la elaboración propia de materiales en su práctica docente, la comunicación con familias, el aprendizaje autónomo, la actualización profesional, la conexión con otros colegas, etc. Fue entonces cuando nacieron redes educativas como Aulablog o Espiral, de abajo a arriba, de profesionales para profesionales. Una energía ciertamente arrolladora.
La segunda década del nuevo siglo estuvo protagonizada por las instituciones y su posterior empuje a los MOOC. Además del impulso del MIT en la Educación Superior, desde otros organismos como la UNESCO a nivel internacional, pero también desde los Ministerios de Educación e incluso de las Consejerías se lanzaron repositorios propios en este nuevo fenómeno que se acuñó como “Recursos Educativos Abiertos (REA)” o “Open Educational Resources (OER)” en su versión en inglés. Ejemplos de ellos son el Procomún y las Guías LADA del MECD, o la web de EducaMadrid.
Ahora que vamos a entrar en la tercera década, cuando el movimiento open source ha perdido fuelle y los encuentros autoorganizados de maestros se han convertido en grandes platós del Ibex-35, cabe pararnos a reflexionar sobre la utilidad de esos REA, sobre si han funcionado en los objetivos que se marcaron, si han servido para que el colectivo docente haya mejorado su práctica de aula, si han facilitado el aprendizaje, si se han usado como semilla para que hayan creado nuevos contenidos, si han sustituido a los materiales editoriales… cómo y en qué medida.
En otras palabras, cabe hacernos preguntas como las siguientes: ¿Necesitamos esos REA? ¿Son la solución a nuestros males? ¿Hay pocos, hay muchos? ¿Hemos llegado a la saturación, a la parálisis por inundación?
Pero, quizás más importante… ¿Qué requieren para funcionar mejor? ¿Mediación? ¿Asistencia?. Y aún más crítico: ¿Qué necesita la Escuela? ¿Hemos hablado con ella? ¿Se ha partido de sus necesidades? ¿Sabemos qué es lo urgente y prioritario a pie de aula para orientar los esfuerzos de inversión?
RECURSOS EDUCATIVOS EN ABIERTO: OTRA MIRADA
Confieso que si este texto se hubiera escrito hace un año, se podría terminar en este punto. Pero la vida hoy es muy distinta y este sintagma nominal “Recursos educativos en abierto” en tiempos de pandemia significa mucho más que OER o REA.
Recursos Educativos en Abierto son las personas, pero también las infraestructuras, las prácticas, los horarios, los currículos… La propia esencia de una Escuela Abierta.
Son los huesos, los músculos, los órganos, la sangre, los sentidos y hasta el alma de ese cuerpo que representa la Escuela y que, en una situación de emergencia sanitaria, económica y social como la actual, se han puesto más de manifiesto que nunca en su necesidad de respirar aire.
Recursos educativos abiertos es disponer de una política pública con la suficiente voluntad para hacer del barrio un ecosistema donde germina una comunidad de aprendizaje, para sacar las clases a espacios abiertos, para tejer alianzas con edificios vecinos, para inventar aulas híbridas donde se respire aire digital, para incorporar la riqueza intergeneracional, para construir vínculos de apoyo entre afectados y cómplices, para dar un respiro al yugo del currículo, para centrar la experiencia en competencias vitales como el pensamiento crítico y creativo, para poner patas arriba los horarios y diseñar nuevas configuraciones y, en definitiva, para hacer de la necesidad virtud y convertir lo excepcional del mal llamado “año perdido” en un rico laboratorio experimental.
¿Qué aprendimos y supimos aplicar de todo ese aprendizaje de la energía 2.0 cuando nos vimos privados del aire presencial en el confinamiento? Poco más que una estrategia de reemplazo que ahondó en la brecha social y digital: imitar horarios, currículo, apuntes y metodologías que no se prestaban al nuevo entorno online.
¿Qué se ha hecho con la vuelta al cole en septiembre, después de varios meses de trauma justificados por la emergencia? Forzar un simulacro de normalidad donde nada es normal. Sin voluntad, compromiso, creatividad e innovación por ensayar nuevas fórmulas, nuevos “recursos educativos abiertos”. Una gran oportunidad perdida en una situación que era, al mismo tiempo, un grito de reclamo y de permiso.
¿Qué más tiene que pasar para que seamos conscientes de la otra emergencia, la escolar, la que ya estaba ahí y la que seguirá siendo aún más grave?
Hoy hace 15 años que nació este blog y con él la tesis doctoral que recorre todo ese ciclo. La vida, tan caprichosa siempre, ha querido que las fechas coincidan con una precisión cartesiana: mañana la entregaré en la Universidad para comenzar un nuevo viaje.
Hoy simplemente necesitaba pasar por aquí para compartir este momento. Otro día os cuento todo lo que he aprendido en esta aventura, que ha sido mucho.
Eso de que el diálogo es un pilar fundamental del aprendizaje, más allá de una frase manida, se convierte en un gran descubrimiento cuando tenemos hijos. En la crianza de una niña de 3 años como es mi caso, la fascinación es diaria. Somos su libro, su frontón, su guía y su espacio de pruebas. Tan importante resulta lo que se dice y cómo se dice, lo que se escucha y cómo se responde, que incluso asusta esa gran responsabilidad que tenemos en lo que aprende, asimila y descubre una persona en los primeros años de vida. Todo a base de ver, imitar, consultar y compartir a través de la palabra.
Y tristemente luego ese potencial socrático se acaba aparcando en la Escuela, como nos recuerda Alfonso González en este post de Educación Abierta:
También en la educación hemos decidido que tenemos demasiadas cosas que hacer y demasiado deprisa para poder atender dónde está la verdad; los matices, los tonos, los gestos, los silencios. Cada vez angustia más esperar, cada vez inquieta más enfrentarse a lo complejo. La conversación requiere tiempo y espacio, dentro y fuera de la escuela.
Para los alumnos, los dispositivos digitales se han convertido en simuladores de la amistad con los que han eliminado las exigencias de las relaciones con los compañeros; no tienen que dar respuestas a los sentimientos de otros, ni integrarlos en su intimidad. Siempre acompañados y siempre solos. […]Los alumnos están tan ocupados comunicándose que no tienen tiempo para pensar, y mucho menos para pensar en los demás. La tecnología no nos ofrece una educación emocional. Las personas sí. La escuela, debería.
Conversación: del blog a las redes
Hubo un tiempo en que “conversación” parecía sinónimo del mundo blog, se celebraban congresos bajo ese lema e incluso se publicaron varios libros con ese título. Hasta entonces dejar una impronta en forma de comentario en internet estaba relegado principalmente a los foros, en los que no se concebía tanto el hablar con alguien, sino el hablar de algo y siempre bajo un nick o seudónimo que nos proporcionaba cierto cobijo. Sí que teníamos los chats, pero ahí la diferencia estaba en el carácter efímero de la conversación y en su rápido traslado al espacio íntimo. Los históricos del lugar recordarán aquello del “abrimos privado”. Los blogs, en cambio, vinieron a sumar huella personal, diálogo público y fijación en el tiempo.
Fueron los primeros años del formato hasta que allá por 2007 llegó la soledad a los blogs, se quedaron vacíos de comentarios y nos fuimos a las redes (Facebook y Twitter). Ante el abandono de los lectores de feeds comprendimos que teníamos que salir a esas plazas a ofrecer nuestro post y empezamos a hablar allí. Y algunos incluso pusimos plugins para que las interacciones en Twitter se anidaran a modo de comentarios y no sentirnos tan solos. Por si fuera poco, 2018 el RGPD ha venido a complicarlo un poco más y ahora no solo es que no tengamos comentarios, sino que tenerlos nos obliga a una mayor gestión de los mismos. Y empezamos a estar cansados, yo empiezo a estar cansada y a pensar que no me merece la pena el esfuerzo de tenerlos abiertos si total, ya nadie comenta 🙁
Otro tema a analizar es qué tipo de conversación se ha trasladado a las redes. Sin duda es de otra naturaleza, más ágil, pero también más ligera, con todo lo que ello conlleva. Estas últimas semanas he hablado para mi tesis con muchos periodistas que empezaron teniendo blogs personales hace más de diez años y que coinciden en el potencial de interacción de las redes sociales hoy, pero no tanto en su uso conversacional. Y es una distinción que creo relevante, interacción de por sí no es sinónimo de conversación, como tampoco de diálogo.
Esta evolución en gran parte tiene que ver con el efecto masivo (el dispositivo móvil y la sencillez de las aplicaciones ha incorporado a muchos más usuarios), que ha hecho también que se haya difuminado el concepto de comunidad. En los blogs teníamos la sensación de hablar con un grupo más o menos acotado o imaginado, en las redes su propiedad viral hace que cualquier cosa se pueda disparar sin apenas control de para quién hablamos y qué expectativa de lectura tenemos. Todo es más rápido, y por ello más superficial, con menos contexto, sin reposo para profundizar, para interpretar y para discutir en un ambiente más heterogénero pero también más difuso. Un ambiente que empieza a mostrar síntomas de agotamiento, de falta de entusiasmo en estos actores (me refiero a los periodistas que son objeto de mi estudio), pero esto da para otro post y este ya me ha quedado muy largo.
Página personal de Tíscar Lara
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