Atrapados en la atención
No cabe duda de que vivimos en un tiempo con una oferta desbordante de contenidos que demandan nuestra atención. Con el cambio de siglo la comunicación pública pasó de la asimetría entre emisores (instituciones, empresas y políticos, principalmente) y receptores (aquellas “masas” así llamadas por el propio modelo de intermediación que ejercían los medios de comunicación), a que cualquier persona pudiera tener una “imprenta” en sus manos: la promesa libertaria de internet. Y así hemos llegado a un estado de cacofonía incesante donde todos preferimos decir a escuchar, donde producir y diseminar contenidos es tan rápido y barato que la desinformación y la manipulación encuentran el mejor caldo de cultivo para actuar.
Vivimos entre el síndrome de Stendhal y el de Diógenes, cuál Sísifo en un bucle eterno ante tanta bulimia. Con la angustia de ver tantos contenidos que guardar para “un luego” que nunca llega, tantos hilos, tantos vídeos, tantas series, tantas newsletters, tantos libros… tanto que leer, escuchar, ver, probar. Podríamos decir “por disfrutar”, pero en realidad es "por consumir", cuando irremediablemente nos acaba consumiendo a nosotros.
Y mientras, la inteligencia artificial da una vuelta de tuerca más al fenómeno y pone a las máquinas a multiplicar la oferta sin medida con unos algoritmos, esos mayordomos silenciosos, que se convierten en editores que premian o castigan, promocionan o esconden según su criterio para acomodarnos y ofrecernos un mundo a nuestra medida.
¿Cómo lograr la concentración sostenida ante tanta interrupción o estímulo? Sin ir muy lejos, yo misma logré dar el último empujón a mi tesis doctoral escapando de mi casa los fines de semana con un pendrive y muchos papeles para trabajar en los ordenadores sin internet en la Casa Encendida. Me resultaba mucho más incómodo que llevar mi portátil, pero la tentación de activar el wifi era demasiado perturbadora.
¿Cómo podemos sobrevivir a esta situación? ¿Cómo ser más eficientes en el decir, pero también en el escuchar? Roger Casas-Alatriste, junto con el Cañonazo, mantiene precisamente un podcast para hacerse y hacernos esas preguntas: Su atención, por favor.
ATENCIÓN Y SALUD MENTAL
No es casualidad que cada vez oigamos más hablar de mindfulness o de meditación como ayuda para sobrellevar la ansiedad de este contexto hiperconectado. Arrastramos serios problemas de concentración y no sabemos cómo entrenar la desconexión saludable. Algo tan sencillo, y como sabemos tan complejo, como desatender expresamente para poder atender específicamente. La periodista de investigación Mar Cabra, premio Pulitzer entre otros galardones, vivió personalmente este estado de colapso y hoy es una abanderada en la promoción de la salud mental de los periodistas. Pero no es un fenómeno asociado exclusivamente a los profesionales de la comunicación. Debajo de la superficie de este iceberg se encuentra toda la sociedad en su conjunto.
Leía hace unos días un artículo de Moises Naím en El País titulado “¿Cuál es la otra pandemia que nos está matando?” donde se refería fundamentalmente a las enfermedades mentales y al creciente aumento de la depresión y del suicidio, que ocupa el cuarto lugar en las causas de muerte de personas entre los 15 y 29 años.
¿Por qué traigo este tema aquí? Porque uno de los factores que menciona el autor que inciden en ese estado de calamidad social es el mal uso y abuso enfermizo de las tecnologías digitales, algo que no es exclusivo de menores y jóvenes sino también del resto de etapas vitales. Esto no quiere decir que todos nuestros males provengan de la tecnología en su conjunto, sino que debemos aprender a incorporarla para aprovechar sus oportunidades y no sucumbir en sus riesgos. Y la salud mental es uno de ellos. Y muy importante.
Ese mismo concepto, de gran epidemia, aparece en el libro “El valor de la atención” de Johann Hari, donde indaga sobre la atención partiendo de la siguiente premisa:
"No hay mercado más lucrativo que el de la atención. ¿Quiénes son los que batallan por nuestro tiempo? Y, ¿cómo recuperarlo? La atención ha entrado en una profunda crisis. ¿Cuáles son los motivos?, ¿quién nos la está robando?, y, más importante aún, ¿cómo podemos recuperar nuestra capacidad de concentración? Un demoledor ensayo que indaga en una de las grandes epidemias del momento y en sus posibles soluciones".
Para ello, entrevista a numerosos expertos y científicos de varios países buscando las respuestas a estas preguntas, además de analizar su propia experiencia y cómo él intenta lidiar con esa dificultad:
- Usar desde cajas con llave donde guardar su teléfono móvil por un tiempo determinado a aplicaciones web que le mantienen desconectado.
- Intentar no culpabilizarse y castigarse cuando se distrae demasiado, e intenta fluir en lo posible.
- Desconectarse de las redes sociales durante seis meses, divididos en bloques de semana. Pide incluso a gente de confianza que le cambien las contraseñas.
- Buscar la distracción consciente, buscando la relajación, como por ejemplo en dar un paseo sin más.
- Cuidar el ritual de sueño, su duración y calidad.
- Procurar llevar una vida más sana: alimentación, meditación, descanso, ocio libre, etc.
A través de esa investigación y de los estudios científicos sobre el tema, Hari llega a una idea muy gráfica sobre lo que él considera que es la atención y cómo conservarla: “Durante mucho tiempo hemos dado por sentada nuestra atención, como si fuera un cactus capaz de crecer en los climas más secos. Pero ahora sabemos que se parece más a una orquídea, una planta que requiere de grandes cuidados para que no se nos marchite”.
Por último, Johann Hari termina el libro proponiendo un movimiento global con estas líneas de acción:
- Prohibir el capitalismo de vigilancia, porque la gente que se está viendo secuestrada y deliberadamente enganchada no puede concentrarse.
- Implantar la semana laboral de cuatro días, porque la gente crónicamente agotada no es capaz de prestar atención.
- Reconstruir la infancia en torno al juego en libertad de los niños, en sus barrios y en sus colegios, porque los niños que viven encarcelados en sus hogares no van a poder desarrollar una capacidad saludable para prestar atención. Así planteadas parecen difíciles de cuestionar, pero también de implementar de forma universal. En cualquier caso, está claro que nos encontramos frente al santo grial de los nuevos tiempos.
ATENCIÓN Y EDUCACIÓN
¿Cómo afectan estos ladrones de atención a la misión educativa? ¿Están los profesionales de la educación preparados para “competir” en y con este entorno?
Valga como introducción el texto de invitación al debate que compartiré el martes con Carlos Magro y Pepe Cerezo alrededor de la educación y la economía de la atención organizado por el Círculo de Roma:
“La atención es clave en los procesos de enseñanza y aprendizaje: solo cuando logramos mantenerla somos capaces de aprender. Pero la atención también implica desatención, pues prestársela a algo nos impide atender a otras cosas. En la economía de la atención, toda una industria trabaja en captar y mantener la nuestra para comerciar con ella. Nuestro tiempo y nuestra atención son la mercancía”.
En la educación formal, la atención es ese canal de confianza, respeto y reconocimiento mutuo entre quien educa y quien aprende. Se trata, sin duda, de un regalo recíproco imprescindible para que se dé la magia del proceso de aprendizaje entre ambas partes, porque ambas atienden a su manera, si miramos su definición en la RAE: “atender” entendido como “cuidar” por parte de quien educa y “atender” entendido como “acoger favorablemente” por parte de quien aprende.
Atender es una de esas palabras talismán que, con su polisemia, evocan un mundo más amable y afectivo cuando pensamos en la educación. Así ocurre también con otra palabra de mis favoritas: “enseñar” entendido como instrucción, pero más interesante aún “enseñar” con el significado de “mostrar” y “revelar”.
¿Y cómo pueden atender, cuidar y revelar los maestros y maestras en este contexto de hiperestímulos? ¿Cómo captar el interés y mostrarse relevantes para merecer la atención de sus alumnos? La Escuela, en su afán de dedicarse a lo trascendental, lo elevado y lo serio, ha mirado tradicionalmente con recelo a todo aquello que pudiera sonar a “entretenimiento” por asociarlo a lo vulgar, superficial y banal.
Dirán ustedes: “Los profesores no somos payasos, no venimos a divertir al alumnado. El aprendizaje requiere esfuerzo y entrenamiento para adquirir competencias y desarrollar habilidades. El esfuerzo no es divertido en sí mismo”. Y tienen razón. Pero también es cierto que desde un diagnóstico valiente y sin prejuicios, tomando conciencia del entorno de la sociedad en la que se inscriben tanto ellos como sus alumnos, pero también sus familias, cabe preguntarse si no hay margen para explorar con métodos y herramientas pedagógicas que, sin renunciar al rigor de los objetivos educativos, faciliten la captación de esa atención, esa motivación y ese interés que son imprescindibles para que el aprendizaje suceda, sea significativo, aplicado y relevante para el aprendiz.
Podrán también argumentar que es inviable con la Escuela que tenemos, sus ratios y todas sus limitaciones estructurales. Y yo me pregunto si antes de romper la baraja y abandonarnos a la resignación, podemos pensar en otro currículo, otros tiempos y espacios escolares, otras estructuras normativas, otras formas de transformar la sociedad a través de la educación. ¿Podemos al menos darnos la oportunidad de prototiparla y soñarla?
Fuente de la imagen: Ketut Subiyanto en Pexels.