Centennials, Big Data e Inteligencia Artificial

Este artículo fue publicado por El Periódico el 1 de mayo de 2018 (aquí en pdf)

Aquellas preguntas tediosas de cuando éramos niños: “¿A quién quieres más, a tu padre o tu madre?” o “¿Qué quieres ser de mayor?”, ya no valen para los centennials, esa generación de nacidos con el cambio de siglo. No solo porque los modelos de familia han cambiado radicalmente, sino porque según apuntan los últimos estudios sobre el futuro del trabajo, cerca de la mitad de los empleos actuales no existirán cuando ingresen al mercado laboral.

Big Data by Nick Youngson CC BY-SA 3.0 Alpha Stock Images

 

Lo que parece incuestionable es que será esa misma generación la que tendrá que afrontar el reto de construir la sociedad que queremos y diseñar la tecnología para que trabaje en esa dirección. La robótica y la inteligencia artificial amenazan con destruir, los más optimistas dicen transformar, los puestos de trabajo que suponen una gran carga de tareas rutinarias. Una lectura positiva del proceso nos dice que esa liberación de fuerza productiva dará lugar a una mayor innovación al facilitar la dedicación de la inteligencia humana a otros proyectos de mayor impacto para el desarrollo de la sociedad. La pregunta que urge hacerse hoy es si estamos formando a estos gestores del futuro con las competencias que requiere dar respuesta a esos desafíos del presente.

La primera generación que nació con Internet

La primera hornada de esa generación, que ahora comienza a llegar a la universidad, está llamada a lidiar con este contexto tan incierto. Son jóvenes cuya vida está mediatizada de forma natural por la tecnología digital. Nacieron entre ceros y unos, llevan alta tecnología de bolsillo y no conciben el mundo sin la hiperconexión: tan solo en España uno de cada cuatro niños de 10 años dispone de un teléfono móvil y esta cifra asciende a prácticamente todos los que tienen 15 años (94 %), según datos del Instituto Nacional de Estadística.

Son personas que consideran internet como si fuera un grifo más en el hogar, mientras viven la falta de sincronía entre el ritmo del uso de la tecnología a nivel doméstico y el de su incorporación en el ámbito educativo.

Porque sucede que una vez que parecía superada la vieja petición de dotar con mayor tecnología el aula, ahora que su presencia y acceso no parece ser el principal problema, se da la paradoja de que se empieza a querer evitar por temor a su naturaleza disruptiva. Así ocurre con el teléfono móvil, prohibido en algunos centros escolares españoles y a la espera de ser de obligado cumplimiento en países como Francia, que prepara una ley en ese sentido.

El papel de la Escuela

Ignorar el problema no parece ser nunca una buena solución. ¿Es esta la mejor manera de educar a la generación que necesitará ser más inteligente que la propia tecnología que desarrolla para liderar el progreso hacia una sociedad más sostenible?

Si echamos un vistazo a cualquier aula nos encontraremos una disposición física, curricular y temporal muy similar a la de siglos anteriores. Y no parece que esto vaya a cambiar a corto o medio plazo, con lo cual la brecha cada vez será mayor si unos ciclos se aceleran mientras los otros se tienden a frenar. Mientras, profesorado y familias se ven sin herramientas, sin conocimientos, sin estrategias o sin marco normativo para recoger el guante con ideas innovadoras y creativas que pongan el foco en el tipo de alumnos que están en el aula y en el tipo de ciudadanos que como sociedad quieren ser.

¿Es la organización por materias, por edades, por jornadas horarias, por currículo y por grados de disciplinas el mejor método para enfrentarse a este reto? ¿Estamos en condiciones de plantearnos prototipar una Escuela más creativa y empoderadora para cuestionar e incorporar la complejidad inherente al siglo XXI?

Sucede que el desarrollo de la tecnología es parte del problema, pero insuficiente para garantizar una solución. Si bien conocer y dominar el lenguaje tecnológico debe ser un código de uso común para estas generaciones, aprender a vivir en una sociedad hiperconectada requiere de otras habilidades imprescindibles que permitan desarrollar nuevas ideas, entre ellas, una actitud fuertemente entrenada hacia la innovación, la creatividad, el aprendizaje permanente, la colaboración y el pensamiento crítico.
Así, en un mundo en el que la inteligencia artificial y los algoritmos programados para aprender por sí mismos ofrecen simulaciones perfectas de vídeos donde es muy difícil distinguir al presidente del país de lo que es una falsificación con una sofisticada app, la explosión de contenidos interesados y manipulados es tan ingente que no queda otra opción que armarse con las mejores estrategias posibles para verificar, filtrar y componer una opinión libre e independiente.

Necesitamos, por tanto, una Escuela valiente que identifique estos retos y forme a los centennials en la complejidad del big data, la inteligencia artificial y la tecnología digital con voluntad de liderazgo y con capacidad de utilizar estas palancas para la transformación social.