La energía de lecto-escritura

“Las redes eléctricas tal y como las concibió Edison en el siglo XIX apenas han cambiado. Las redes son sólo de lectura para los consumidores. Son verticales. Las compañías dicen cómo consumirlas y el precio que hay que pagar por ello. Los mercados están cerrados y es muy difícil entrar como compañía energética porque es muy caro. Las redes son estúpidas. Si se estropea una red, la compañía lo sabe porque la gente avisa con sus quejas, no porque sea capaz de detectarlo. Hay poco feedback. Las redes están estructuradas para el pasado, cuando había un consumo predecible y los aparatos eléctricos estaban controlados”

En la escuela nos decían aquello de que la energía ni se crea ni se destruye, que simplemente se transforma. Pero ese simplemente parece ser más complejo de lo que parece cuando los flujos de generación y consumo no son simétricos ni en proporción ni en tiempos. Cómo conservar la energía en los momentos en que hay excedentes y cómo generarla en aquellos con mayor demanda se acaba convirtiendo en un problema de difícil gestión. Si a esto añadimos además la crisis de sostenibilidad que plantea el agotamiento de las fuentes energéticas no renovables y el impacto de contaminación que producen, entonces nos estamos jugando también el futuro más presente.

El problema no es nuevo pero sí parece que lo sea la urgencia de solucionarlo y también algunas fórmulas que se proponen para ello. Una que está tomando peso es la propuesta Smart Grid 2.0 de la que habló Tom Raftery en EOI el martes pasado. Un término que nos podría parecer exótico hace apenas unos meses pero que está de máxima actualidad desde que Obama lo adoptara en su agenda prioritaria. El concepto tiene la sencillez de las buenas ideas:

La idea de red energética inteligente se inspira en cómo funciona Internet como red distribuida. En el caso de la energía eléctrica, el cable ya está montando y llega a todos los puntos, por tanto hay una “red” pero es muy vertical, muy jerárquica y de una sola dirección. La energía llega directamente de unos puntos centrales, que son las compañías eléctricas, y finalizan en los enchufes de nuestras casas. Es por tanto una red de sólo lectura, sin capacidad de retroalimentación. Internet por el contrario es una red interactiva, con posibilidad de respuesta y una red de lecto-escritura. Si tomamos este modelo y pensamos en el cableado eléctrico podemos imaginar una red inteligente con capacidad de canalizar el feedback y beneficiarse de los comportamientos colectivos. Si además el usuario final puede disponer de información en tiempo real, tanto de disponibilidad energética como de precios de mercado, entonces podrá también adaptar su consumo para hacerlo de una forma más eficiente y responsable.

Según Tom Raftery, este nuevo entorno energético distribuido impulsará también un nuevo modelo económico ya que pueden surgir nuevas empresas dedicadas al intercambio de energía actuando a modo de pequeñas plantas de conservación virtual. Los propios consumidores podrían intervenir en el proceso y poner en valor la energía que fueran capaces de conservar y/o generar (pensemos en productores de energías renovables a pequeña escala p. ej.). Para explicarlo mejor, Raftery hace una analogía con el sector del automóvil, donde parece que cada vez se fabricarán más coches eléctricos apostando por estaciones de recargas de batería como demuestra el proyecto Better Place en el que participan Renault y Nissan.

Información en tiempo real para lectores inteligentes

Convencido de que “la gente responde si se le ofrece la información correcta y modifica su comportamiento”, Raftery propone que la información sobre los precios de la electricidad, que suelen fluctuar de forma dramática en cuestión de horas, sean públicos y accesibles para el usuario final y fácilmente interpretables por dispositivos de consumo inteligentes.

Para fabricar este tipo de aparatos ya hay grandes empresas invirtiendo en estas líneas de desarrollo, desde las clásicas como Siemens a otras en principio insospechadas como es Google y su Powermeter.

En este entorno de red inteligente que se proyecta, nuestros aparatos se podrían suscribir a fuentes de información en tiempo real y programar funciones de manera automática, tanto para usos responsables como para ahorrar costes. Es lo que Raftery llama un estilo de consumo de energía TIVO’ising, haciendo alusión al aparato TIVO tan popular en Estados Unidos y que revolucionó la forma de consumir televisión. “No vas a cocinar a las 3h de la mañana porque sea más barato, pero sí puedes poner el lavavajillas”, añade.

Por otro lado, estos aparatos podrían relacionar toda la información generada y ayudarnos a visualizarla para aprender mejor sobre nuestros consumos y tomar decisiones en función de ello. Podríamos incluso compartirla con otros consumidores en red, como ya están haciendo algunos particulares publicando registros online de sus consumos y creando comunidades de  intereses.

Dilemas y cuestiones críticas

Las prácticas sociales de compartir datos de esta naturaleza en red plantean también cuestiones críticas que van asociadas y que pueden hacer tambalear el sistema distribuido hacia una mayor centralización según quién y cómo controle esa información.

Entre los problemas que surgirán, según Raftery, nos encontraremos con la neutralidad en el control de los aparatos eléctricos de consumo y la protección de la privacidad de los datos personales en nuestra huella energética. De quién se consideren tanto los dispositivos como los datos que se generen, así como el grado de actuación sobre los mismos  podrá determinar cómo sea el modelo en el futuro.