Joven periodista en un lugar de México

Una antigua alumna se fue a hacer las américas y ha conseguido un trabajo de redactora en un periódico comarcal de México. Me escribe con sus primeras impresiones sobre el periodismo y la vida en aquellos parajes.

Esta es la crónica, con su permiso, de una joven periodista desde un lugar de México…

[…] Lo malo es que trabajamos de lunes a sábados como unos kunta-kintes cualquiera (y nosotros que nos quejamos de las condiciones de trabajo en España, cuando aquí no son conscientes siquiera de lo que significa la noción “derechos laborales”), pero bueno, el día del señor nos enfundamos nuestros trajes de domingueros y nos dedicamos a viajar por el país en la medida de lo posible, que generalmente viene marcada por abrumadoras distancias y horarios demenciales de autobuses que se paran cada tres metros a coger a un señor en cada chamizo. Lo bueno es que tenemos una casa más grande que un palacio y que cobramos un sueldo que da para vivir dignamente, dos cosas que ni los más optimistas sueñan con tener en Madrid.

Lo del periodismo es de coña. No dudo que existan (de hecho, existen) medios de comunicación que desempeñen una labor periódistica admirable. Evidentemente, el nuestro no es uno de ellos. Con decirte que ponen comas entre los sujetos y los verbos (“el perro, mueve el rabo”) y que se cascan las noticias con una sola fuente sin ningún rubor, te lo digo todo.

El problema es que nosotros debemos adaptarnos a este sistema de trabajo y miedo me da volver a Madrid con un nivel ético situado en algún punto indeterminado entre el de Maquiavelo y el de Pedro Jota. A veces me pregunto qué pensarían (pensariáis) de las cosas que aquí se escriben profesores y especialistas, que tienen una honda preocupación en la ética, la manipulación, la exactitud, la objetividad, la manipulación, etc. Estoy segura de que si el director del periódico lo leyera, pensaría: “¿Pero esta tía de qué está hablando?” Literalmente. Son matices que, no sólo no percibirían, sino que les son ajenos completamente.

Eso sí, vivimos situaciones surrealistas cotidianamente y no hay semana en la que en algún momento te sientas como si estuvieras dentro de una película de Berlanga o de Buñuel o que trates con personas con más carácter que Fernando Fernán Gómez, el Demonio de Tasmania y Chavela Vargas juntos, especialmente en los pueblos. Muy auténtico todo.

Y el “ahorita”, ¡qué concepto! En mi vida había visto una palabra que contenga en sí misma tantas y tan laxas acepciones referentes al tiempo, y eso que los adverbios temporales son muy susceptibles al estiramiento.

La diferencia esencial que yo he percibido (por si te aclara las cosas) es que aquí muchas veces no se informa tanto sobre los hechos en sí mismos, sino sobre el hecho de que alguien haya dicho algo. Es decir, cambia el esquema y la información se basa a menudo en el propio acto comunicativo, la mayoría de las veces, por cierto, propiciado por el propio periodista.

Esto provoca que la noción de actualidad no marque tanto el pulso del trabajo: si le preguntas al alcalde cómo van unas obras de pavimentación no sé dónde, probablemente te dirá lo mismo hoy que dentro de tres días. Otra consecuencia de esta forma de concebir el periodismo es que, como el periodista no se responsabiliza de lo que dice, porque lo pone en boca de otro, el contraste de fuentes pierde “validez” en cierto modo.

Por otra parte, la obtención de información exacta se convierte en una tarea homérica y perfectamente se dan situaciones de este tipo cuando se habla con algún cargo público:

– ¿Cuándo van a iniciarse las actividades del Parque Tecnológico?
– En junio o en agosto (¿y julio?)

Y a la siguiente vez que les preguntas te dicen que en septiembre, ¡hale!

O…

– ¿Cuánto se ha invertido en jarl jarl jarl?
– Unos 50.000 pesos
– Ya, pero cuántos.
– Alrededor de 50.000.

Y de ahí no los sacas. Es ficticio, pero refleja la realidad muy fidedignamente. No tienen la cultura de la transparencia, de la exactitud, o quién sabe cómo definirlo. Quizás en ciudades más grandes sea de otra manera, pero es que ni siquiera entienden para qué quieres saber la cifra exacta. Híjole, pues unos 50.000 pesos, ya te lo están diciendo… Supongo que si te empeñas y te pones bruto sí hay medios para conseguir los datos exactos de las cosas.

Bueno, eso es lo que a mí me parece por lo que he visto hasta ahora y en este periódico, tal vez otra persona no opinaría igual…[…]