Que viene el lobo...
Las fotos que parecían deberse al accidente del avión brasileño de hace unos días pertenecían a un capítulo de Lost (ver P21). Un nuevo hoax que juega a pasar por verídico lo verosímil.
En este caso, parece ser un meta-montaje: un montaje montado precisamente para demostrar cómo se puede engañar fácilmente trufando de datos reales una mentira.
La pedagogía crítica de la manipulación mediática está repleta de ejemplos que son construidos precisamente para mostrar que son una “construcción”, como el anuncio de Dove de hace unas semanas o la reapropiación activista de los códigos de consumo en la contrapublicidad, por ejemplo. Bienvenidos todos los ejercicios que busquen ese propósito.
El ser humano depende de criterios de verdad para su propia supervivencia. Manipulación como acción y efecto de “Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares” según la RAE, existió siempre.
Podríamos decir que no hay nada nuevo en el horizonte, pero la facilidad para ser producida y diseminada sí es inherente a la era digital. Habrá quien diga que “con la misma facilidad para ser descubierta y sancionada por el criterio social”. Bien, pero vayamos más allá: ¿cuál es el coste del riesgo que puedan originar sus efectos mientras llega esa sanción pública? Y en ese caso, ¿Cuánto de pública es y cómo se garantiza que llegue a todos los públicos?
Estas características traen nuevos desafíos e interrogantes sobre según cómo, para qué y quiénes la utilicen. No queremos censores que digan a priori quiénes están habilitados para decir qué es información y qué no, pero sí queremos ciudadanos críticos que sean capaces de decidir qué información es verdadera y cómo la quieren utilizar. ¿Los tenemos? ¿Somos realmente tan críticos? Tendemos a creer que sí. Quizás nosotros, que nos creemos tan escépticos y tan buenos verificadores. Pero me temo que no es la tónica general:
Los estudios dicen que la gente no suele verificar la fuente de la información que consulta en Internet. El artículo “Perceptions of Internet Information Credibility” publicado en 2000 en Journalism & Mass Communication Quaterly (bajo suscripción :() observó que la gente apenas utilizaba los mecanismos de verificación de la información que leía online. En líneas generales se preferían prácticas más fáciles y valorativas (considerar si la información era completa y actual) que los hábitos que requieren de una acción directa (como comprobar el grado de conocimiento del autor sobre la materia y el objetivo de la publicación). Y el dato más preocupante: los usuarios con menor experiencia en internet eran los que menos utilizaban estas estrategias, o lo que es lo mismo: quienes más se podrían beneficiar de estas prácticas para aprender a discernir la información eran quienes menos lo utilizaban.
Un reciente estudio (pdf) del centro Pew sobre búsqueda de información médica parece indicar que no se ha avanzado mucho en el cuestionamiento crítica de la información online: en 2001 cerca de la cuarta parte de la gente que buscaba información sobre salud en internet comprobaba siempre la fuente y la actualidad de los datos. En 2006 sólo el 15% admite tener ese hábito.
La lectura crítica requiere de un aprendizaje, de un esfuerzo y de un hábito. Ser críticos es un derecho y un deber. Tenemos el derecho a la información libre, pero también tenemos el deber de utilizarla responsablemente.
¿Somos cada vez más críticos? La proliferación de fakes, hoaxes, fotomontajes y mentirijillas de medio pelo no parecen ayudar mucho. Caemos en el riesgo de pasar del escepticismo como medida higienizante a la paranoia o la simple anestesia.
A Pedro le costaron las ovejas…
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